La programación
televisiva va unida a cada cultura y a los hábitos sociales que en ella
se generan. De hecho, las programaciones
de las emisoras sólo se parecen superficialmente; cierto es que, debido
a que determinados formatos o series se ven en decenas de países, muy a
menudo se tiene la impresión de que todas las televisiones son iguales,
sin embargo las cosas no son tan simples. Baste un ejemplo para comprender
la imbricación que tiene la programación
televisiva con la sociedad.
Imaginemos
que tenemos que hacer una ensalada; los condimentos básicos son para todos
los mismos: aceite, vinagre, sal, tomate y lechuga. Y pese a ello, como
todo el mundo sabe, no existen dos ensaladas iguales. En televisión bastaría
comparar la oferta programática de las cadenas de dos países (por ejemplo
BBC 1 y TVE 1) o, mucho más modélico, la de dos de las televisiones autonómicas
españolas que pretendidamente tienen una cobertura territorial similar con
gran peso de lo urbano (la catalana TV 3 y TeleMadrid) para que el espectador
visualice una mezcla diversa de los programas y, por tanto, una ensalada
programativa de distinto sabor.
Lo más singular de la programación consiste en que, como tal actividad,
no tiene similitud con ninguna otra ocupación
que se realice en los medios de comunicación o en el dominio artístico;
por supuesto, la programación no tiene nada que ver con las operaciones
de programar las sesiones de los cines y poco con las maneras en que se
hacen las programaciones radiofónicas.
En un primer nivel, el programador
debe colocar los programas según una cierta secuencia en la parrilla semanal
o mensual de una emisora. De esta manera, lo más característico del
oficio es saber diseñar la parrilla y evaluar el horario y el día en el
que los programas atraigan el mayor número de espectadores.
A veces los propios programadores
dicen que su oficio se basa en la intersección del instinto y de los reflejos
adquiridos; en otras, con una cierta modestia inversamente proporcional
a su verdadero poder, llegan a declarar que sus conocimientos se trasmiten
verbalmente, sin criterios o normas válidas que sean reconocidas universalmente
o que pueden ser analizados científicamente.
Asimismo,
ha habido más de un intento de acomodar
la definición del oficio a los tiempos del actual sistema televisivo. En
la contemporaneidad, muchos son los
que consideran que la programación es una técnica que se apoya en la investigación
que realizan sobre los comportamientos de la audiencia, fundamentalmente
los análisis de los resultados de las estimaciones de audiencia y las prospecciones
futuras de resultados. Técnica que, excusado es decirlo, exige tener nociones
de economía de los medios para poder evaluar el coste y rentabilidad de
los programas.
El trabajo de programación tiene tres facetas: una primera
de planificación, encargada de
fijar la visión general de la emisora y las necesidades de producción y
compra; una segunda, relacionada con el área de marketing, encargada de definir el
punto de vista de los anunciantes, y una tercera centrada en confeccionar la parrilla de la emisora y estudiar
los resultados de audiencia conseguidos.