Los comienzos de la televisión distribuida a través de sistemas
de cables tuvo su origen hacia finales de la década
de 1940 en EEUU. El objetivo inicial era hacer llegar las imágenes
televisivas a aquellas localidades que por cuestiones topográficas
quedaban “a la sombra” de la difusión de las estaciones
hertzianas.
En la televisión por cable es el televidente quien paga por la instalación
del sistema, además de abonar una cuota mensual por el acceso al
servicio. Dicho abono se incrementa si el suscriptor desea recibir otras
señales catalogadas como premium (por ejemplo,
películas de estreno, espectáculos deportivos o musicales,
etc).
Se suelen distinguir tres fases en el desarrollo de la
televisión por cable:
Primera fase: el cable coaxial se utiliza como prolongación
y mejora de las emisiones hertzianas de televisión; varía
cronológicamente según los países pero genéricamente
llega hasta finales de la década de 1960. Se trata de operadores
unidireccionales, emplazados en áreas rurales y ciudades pequeñas,
que garantizan la recepción de algunas señales de televisión.
Segunda fase: iniciada durante los primeros años
de la década de los 70, se caracterizó por la especialización
de la oferta (largometrajes, música, noticias, etc.) y porque
las emisoras de cable se ven obligadas a producir programación propia
(en los EEUU) y a pagar derechos de transmisión de los programas
de televisiones internacionales (Europa). Paulatinamente el cable va expandiéndose
entre ciudades densamente pobladas.
Un cambio de singular importancia en la historia del desarrollo de la televisión
por cable se produjo en septiembre de 1975 cuando Home Box Office (HBO),
alquiló una conexión con el satélite Satcom I,
lo que indirectamente permitió dejar de pensar en el cable como parte
de la iniciativa local de televisión y comenzar a hablar de una
“Nación cableada”. Mediante esta operación
HBO se colocó a la altura de las tres grandes cadenas estadounidenses
y se convirtió en el modelo a seguir por otras compañías.
En Europa, desde los orígenes de los años sesenta Holanda,
Suiza y sobre todo Bélgica han estado a la cabeza del cable del Viejo
Continente. En Bélgica, el Estado obligó a que cada operadora,
además de canales estrictamente locales, incorpore en su oferta canales
de libre acceso de los ciudadanos así como otros de televisión
internacional tales como televisión francesa y de Radio Tele
Luxemburgo (en alemán) e incluso españolas.
Tercera fase: desde mediados de los años ochenta
hasta la actualidad, la relación entre emisoras, a través
de su oferta de programas y servicios, y audiencias se
está volviendo cada vez más interactiva (acceso
de banda ancha a Internet, elección de idiomas, etc.). Esta novedosa
relación es posible gracias a la digitalización,
parcial o total de la red, en gran parte posible a partir de la incorporación
del cableado con fibra óptica. Asimismo, se produce una complementariedad,
ya presente en la etapa anterior, y, en algunos casos, una simbiosis entre
los operadores de televisión por cable y los operadores de televisión
por satélite.
Actualmente, en EEUU hay unos 73 millones de hogares abonados a empresas
de televisión (un 70 por ciento de los hogares estadounidenses).
Por su parte, Japón cuenta con unos 15 millones de suscriptores,
una penetración sobre el 30 por ciento de los hogares. Mientras que
en la UE son más de 50 millones los abonados, con penetraciones en
los respectivos mercados que van desde cifras cercanas o superiores al 90
por ciento en países como Bélgica, Holanda o Luxemburgo, a
presencias meramente testimoniales de un 4 como España e Italia.