A
pesar de que, como hemos dicho en el epígrafe anterior, las reglas del deporte son universales y compartidas por la comunidad
internacional y que también los modelos
televisivos son muy similares en todos los países, lo cierto es que
se pueden encontrar diferencias en los estilos nacionales de realización
y hasta en las diferentes estrategias
de programación.
Un buen ejemplo de lo primero es el tenis, en el que se perciben cambios
entre la sobriedad característica de la retransmisión a base de planos medios de Wimbledon y el uso de primeros planos que individualizan a los tenistas en el Roland Garros. Pero es mucho más
claro en las cotidianas retransmisiones del fútbol en Brasil o Argentina,
donde la misma pasión que despierta su ejercicio es transmitida por los
locutores televisivos. O la peculiar forma de retransmitir el ciclismo por
los periodistas colombianos heredando un fórmula implantada en los años
ochenta por Radio Caracol.
Desde luego que no todos los países
disfrutan con los mismos deportes y, como no podía ser de otro modo,
las televisiones apuestan por aquellos que más arraigados están en el acervo
popular de cada comunidad. Bien sabemos que en nuestro país, y en casi todos
los europeos, el fútbol es conocido como el deporte rey.
Pero tampoco ignoramos que en Estados Unidos los deportes que despiertan
la competencia entre las diversas cadenas de televisión son el fútbol
americano, el béisbol, el
baloncesto y el hockey sobre hielo.
Las propias características culturales
de cada país determinan la importancia de los deportes. En España es
impensable la retransmisión de los campeonatos europeos de esquí, mientras
que su ausencia de las pantallas sería incomprensible para los habitantes
de Austria, Suiza o Italia. El rugby, imprescindible cita en Gran Bretaña
y Francia, sólo es transmitido en nuestro país por canales de pago y únicamente
con ocasión de sus principales certámenes: los mundiales o el Trofeo Seis
Naciones.
Cierto es que existen teorías, más o menos demostrables, que relacionan
el interés de una comunidad por un deporte
concreto en virtud de cuánto destacan
en el mismo alguno o algunos de sus habitantes. El reciente ejemplo del
piloto Fernando Alonso podría confirmarlo; sin embargo, la ausencia de remarcables
éxitos internacionales en la selección nacional de fútbol no ha impedido
que los encuentros del combinado español copen siempre los mejores resultados
de audiencia.
Pero donde más se potencia la
identificación entre espectador y deporte es
en las pequeñas escalas.
El público es
seguidor principalmente del club de su región o de su ciudad, algo que
no escapa a los medios de comunicación y, por descontado, a las televisiones,
incluyendo a las de cobertura local.
Tener la oportunidad de seguir
la retransmisión de un mismo partido de fútbol en las diversas televisiones
autonómicas de España es un ejemplo de cómo la objetividad y la imparcialidad periodísticas
se ven sustituidas por una identificación
con los espectadores regionales.
Lamentablemente,
esta mal entendida identificación es la que ha llevado a elevar los enfrentamientos
y la violencia deportiva.