En la segunda mitad de la década de los años sesenta, cuando
los españoles han legitimado a la televisión como su principal
forma de ocio, TVE vive su particular edad de oro. Sin
problemas financieros significativos, la televisión española
se ha convertido, en poco más de una década, en una máquina
de hacer dinero, con capacidad de producción para elaborar programas
competitivos en el contexto de los festivales europeos. Probablemente, el
salto adelante se basó en que en España, a diferencia del
resto de las emisoras europeas en donde la publicidad televisiva estaba
prohibida o muy limitada. Los ingresos se consiguen a partir
de lo que se recauda por los anuncios emitidos, por lo que si necesitan
mayores presupuestos, basta con aumentar el tiempo de publicidad
o subir las tarifas de los anuncios.
Puede decirse que la edad de oro se inicia con la inauguración de
los estudios de Prado del Rey en 1964,
que acaban con la precariedad técnica de los orígenes, y continúa
con la puesta en marcha de la oferta complementaria de TVE 2 (conocida popularmente
durante lustros como “el UHF”). De una forma
convencional se acepta que con la crisis económica de primeros de
los setenta y el fallecimiento de Francisco Franco finalizan los buenos
tiempos de la televisión.
Al contar con dos cadenas, los responsables televisivos pudieron dividir
la oferta de programas para satisfacer las demandas de la audiencia:
la segunda, como veremos en el epígrafe 5, se concibe como una cadena
pensada para las audiencias culturalmente más exigentes; por su parte,
la primera será la cadena de los programas más populares.
Un repaso a los macrogéneros programativos imperantes, y con mayor
éxito de audiencia en aquellos años, indicaría que
los gustos televisivos no son muy distintos de los del presente, aunque,
por supuesto, la estructura formal de los programas ha variado desde la
época de la edad de oro. Existen, en las parrillas programativas,
por supuesto, producciones extranjeras largometrajes y series. Algunas de
ellas consiguieron enorme popularidad entre los españoles como el
contenedor cinematográfico de Sesión de Noche o las series,
muchas de ellas convertidas en película décadas después,
como Bonanza, Los Intocables, Dr. Kildare, Mannix, El Santo,
Los vengadores, Misión Imposible, Belphegor –El
fantasma del Louvre-, Los Picapiedras, El fugitivo, etc.
Sin embargo, lo más significativo siempre es la producción
propia española.
En primer lugar, los programas de variedades como Gran Parada
(el primer gran éxito de la televisión en España),
Amigos de los lunes, Salto a la fama (pensado para encontrar
nuevas figuras de la canción) o Galas del sábado, entre otros.
Los programas de variedades, en su mezcla de actuaciones musicales y pequeños
números de humor, usualmente se programaban en la noche de los viernes
o en la de los sábados. Ayer como hoy tendencialmente eran presentados
por una pareja de hombre y mujer.
En un segundo bloque encontraríamos los concursos de preguntas y
respuestas como Cesta y puntos, Un millón para el mejor o en los
primeros años setenta el célebre Un, dos, tres...
responda otra vez; pero también los programas divulgativos
como los de Félix Rodríguez de la Fuente o los infantiles.
Y sobre todo la ficción propia como Novela de treinta
minutos de duración por capítulo a lo largo de una o más
semanas programadas después del telediario del mediodía o
antes del de la noche y Estudio 1, representación
televisiva de una obra de teatro y verdadero buque insignia durante más
de una década de los dramáticos grabados en vídeo.
En este campo de la ficción, y si exceptuamos el primer premio del
Festival de la Canción de Eurovisión que
consiguió Massiel en 1968, TVE consiguió
algunos de los más prestigiosos premios internaciones con obras como
El asfalto (1966) o Historias de la frivolidad (1967), ambas de Chicho Ibáñez
Serrador o El irreal Madrid (Valerio Lazarov, 1969).