Los primeros experimentos sonoros realizados en el cine estadounidense a
partir de 1926 apenas influyeron en la dinámica de producción
del cine mundial. En España, numerosas publicaciones de la época
se hicieron eco de los avances que la Warner Bros. estaba dando en este
sentido, hasta que El cantor de jazz (1927), de Alan Crosland, con
música y hablada, confirmó que el cine estaba a punto de cambiar.
Mientras esto sucedía, en España todos los profesionales y
empresarios vinculados al mundo del cine se reunieron en un Congreso organizado
por la revista "La Pantalla" en octubre de 1928 con el fin de
analizar la situación de todos los sectores y establecer las directrices
que permitieran consolidar la industria nacional. Mientras esto sucedía,
Benito Perojo dirigía El negro que tenía el alma blanca
(1927), Nemesio Sobrevila dejó caer dos títulos que se alejaban
totalmente del tono de la época, El sexto sentido (1926) y
Al Hollywood madrileño (1927) y Florián Rey dirigía
un melodrama rural de gran impacto, La aldea maldita (1930) ,
quizás una de las películas más logradas del cine mudo
español.
Las dificultades que tiene la industria cinematográfica española
en el paso del mudo al sonoro se constatan en El misterio de la Puerta
del Sol (1928) ,
de Francisco Elías, película que busca sorprender con la captación
de ruidos ambientales y diálogos ingeniosos, aunque todavía
contiene muchas partes mudas en las que diversos rótulos explican
las situaciones. La falta de medios tecnológicos, de equipos de rodaje
sonoros, obligan a algunos directores inquietos como Benito Perojo a marchar
a París o Berlín para rodar en aquellos Estudios películas
como El embrujo de Sevilla (1930) o La bodega (1930). Una
coproducción hispano-alemana como La canción del día
(1930), la dirige G. B. Samuelson en Londres, y José María
Castellví dirige Cinópolis (1930) en París.
Hasta que en 1932 se fundan en Barcelona los Estudios Orphea, el cine sonoro
español depende del exterior.
A las dificultades de producción se deben añadir las que surgen
en el sector de exhibición, en donde los múltiples sistemas
de proyección que comienzan a llegar a España dificultan en
gran medida la implantación de una programación sonora continuada
además de obligar a los operadores de cabina a dominar los
nuevos proyectores-. Salvo los empresarios con más recursos, la inmensa
mayoría de las salas españolas se ven obligadas a proyectar
cine mudo durante varios años. El cine sonoro, las películas
habladas en español que producen los Estudios de las grandes productoras
en Hollywood y París, van encontrando cabida en las salas de las
grandes ciudades. Tanto las versiones originales en español, como
las películas subtituladas se difunden por las pantallas españolas
hasta mediados de los años treinta.
Como consecuencia de la implantación del cine sonoro, diversos sectores
profesionales se ven afectados por la revolución tecnológica
que se está produciendo. Por un lado los directores deben adaptarse
a la grabación del sonido, que depende de unos ingenieros que se
convierten en los principales protagonistas del Estudio. Los actores son
los que más sufren el nuevo invento, pues muchos deben abandonar
la profesión debido a que su voz no es la más apropiada para
la pantalla. Por último, los músicos orquesta, cuartetos,
pianistas, etc.- que trabajaban en las importantes salas de las grandes
ciudades ven cómo pierden su empleo al no tener que acompañar
musicalmente las imágenes, pues éstas ya tienen sonidos, música
y diálogos.