El final de la transición política se produjo con la llegada
del Partido Socialista al poder tras las elecciones de 1982. Pilar Miró
accedió a la Dirección General de Cinematografía e
impulsó la redacción de un nuevo marco legal que permitió
consolidar la frágil estructura industrial del cine español.
La nueva arquitectura legal (1983), en exceso dependiente de la Administración
del Estado, provocó un desequilibrio todavía mayor sobre la
base de una interpretación y abuso sostenido por los recursos picarescos
de los profesionales de la industria entre otras cosas, en el incremento
del presupuesto medio de la película-. Lo sucedido en este sentido
provocó que en 1989, con Jorge Semprún al frente del Ministerio
de Cultura, se promoviera un nuevo decreto con el que se pretendió
fortalecer la industria y no a los directores-productores, tal como hacía
la normativa anterior. En cualquier caso, la polémica fue permanente
a lo largo de la década, sobre todo porque se apreció el agotamiento
del cine español debido al hincapié hecho sobre el rango cultural
en menosprecio de la comercialidad, lo que supuso un notorio alejamiento
de las salas de cine de los espectadores.
Los productores más solventes Elías Querejeta, Andrés
Vicente Gómez, Emiliano Piedra, Luis Megino, etc.- intentaron solventar
muchos de los problemas derivados del marco legal, sobre todo cuando una
inmensa mayoría de las productoras que surgieron durante la década
apenas existieron para sacar adelante una película. Gracias a los
convenios firmados con Televisión Española (TVE), la industria
abordó la producción de películas y series que pasaron
a consolidar uno de los bloques más interesantes de la época.
La Colmena (1980), de Mario Camus, Crónica del alba
(1981), de José Antonio Betancor, y series como Los gozos y las
sombras (1981), de Rafael Moreno Alba, y La plaza del diamante
(1981), de Francisco Betriu, fueron excelentes ejemplos del buen hacer de
los profesionales españoles. De esta iniciativa surgió la
implicación de TVE, años después, en la financiación
de numerosas películas nacionales, participación que tenía
que ver con los derechos de antena. Así surgieron títulos
tan significativos como Los santos inocentes (1984), de Mario Camus,
Tasio (1984), de Montxo Armendáriz ,
y El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda, entre otras
muchas.
La consolidación del Estado de las Autonomías y la aparición
de las televisiones propias facilitó la colaboración en producciones
cinematográficas que abrieron los horizontes hacia una política
cultural. En el País Vasco Imanol Uribe asumió un importante
compromiso con La fuga de Segovia (1981) y La muerte de Mikel
(1983). En Cataluña, Antoni Ribas consiguió llevar adelante
la superproducción en tres partes ¡Victoria! (1983-84),
y tras sus pasos continuaron Gonzalo Herralde, Isabel Coixet, Jaime Camino
y Antonio Isasi-Isasmendi, entre otros. En Galicia apenas lograron superar
los primeros cortometrajes (Mamasunción, 1984; de Chano Piñeiro),
por lo que optaron por participar en producciones que se rodaban en localizaciones
autonómicas (Divinas palabras, 1987; de J. L. García
Sánchez). En 1990 surgieron los tres primeros largometrajes: Siempre
Xonxa, de Chano Piñeiro, Urxa, de Carlos López
Piñeiro y Alfredo García Pinal, y Continental, de Xavier
Villaverde. También en Valencia, Andalucía, Canarias, Madrid
y Castilla-León impulsaron a finales de la década una serie
de producciones con desigual fortuna.
Así pues, en los años ochenta confluyeron una serie de propuestas
que tenían que ver tanto con la vieja escuela, como con una generación
que emergió en la transición y con otra que buscó romper
todos los moldes establecidos, y que funcionó a la par que una cierta
revolución cultural que floreció entre uno de los grupos más
atrevidos e iconoclastas surgidos en el Madrid de la época; grupo
en el que emerge Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón
(1980), de Pedro Almodóvar, provocador en una época de descaro
que alcanzó nuevas metas con Laberinto de pasiones (1982),
¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) y La ley
del deseo (1986), y también otro tipo de comedia impulsada por
Fernando R. Trueba (Opera prima, 1980) y Fernando Colomo (La vida
alegre, 1986; Bajarse al moro, 1989).