La sociedad estadounidense comienza a sentir la fuerza de una generación
que busca abrir nuevos caminos reivindicativos de una nueva convivencia
que se proyectan en los intereses culturales, creativos y vivenciales. La
industria del cine, en gran medida, también siente cómo el
interés de los espectadores por las películas que produce
está provocando que sus cimientos se resientan. La televisión
y otros modos de entretenimiento provocan que determinadas superproducciones
tengan difícil su amortización.
El cine estadounidense ya ha sentado bases en Europa,
produciendo numerosas películas en Gran Bretaña, Italia y
España, con actores de prestigio internacional (Doctor Zhivago,
1965, de David Lean) y los directores más representativos de la época
trabajan tanto en Estados Unidos como en el Viejo Continente (John Huston,
Stanley Kubrick, Orson Welles, John Schlesinger, etc.).
Los géneros todavía conservan la esencia
que les ha definido como tales. Las comedias tienen de protagonistas a Rock
Hudson y Doris Day (Un pijama para dos, 1962, de Delbert Mann), a
Peter Sellers (El guateque, 1968, de Blake Edwards) y, especialmente,
a Jerry Lewis (Lío en los grandes almacenes y El profesor
Chiflado, 1963, de Frank Thaslin y el propio Lewis), aunque la presencia
del maestro Billy Wilder sigue marcando las diferencias (El apartamento,
1960, con Jack Lemmon; Uno, dos, tres, 1961, con James Cagney) El
musical aborda temas relacionados con el mundo juvenil y familiar (West
Side Story, 1961; Sonrisas y lágrimas, 1965, de Robert
Wise) y comienzan a surgir con más frecuencia antes ya había
pasado con Elvis Presley- las películas que aprovechan el tirón
popular de los nuevos grupos musicales jóvenes, como los Beatles,
para producir historias como ¡Qué noche la de aquel día!
(1964), de Richard Lester.
El cine de terror alcanzó algunos de sus momentos
más memorables con películas como Psicosis (1960) y
Los pájaros (1963), de Alfred Hitchcock, Repulsión
(1965) y La semilla del diablo (1968), de Roman Polanski, y La
noche de los muertos vivientes (1968), de George A. Romero. El western
continúa dando historia con gran fuerza y efectividad como Los
siete magníficos (1960), de John Sturges, y El hombre que
mató a Liberty Balance (1962), de John Ford.
No obstante, la reflexión sobre el hombre en
el más amplio sentido de la palabra se impone en trabajos tan diversos
temáticamente como El prestamista (1965), de Sydney Lumet,
La jauría humana (1966), de Arthur Penn, Danzad, danzad,
malditos (1969) ,
de Sydney Pollack. Las nuevas vías creativas, desde un ámbito
independiente y solapado con las iniciativas de los grandes Estudios, quedan
reflejados en varias películas que cierran la década: El
graduado, de Mike Nichols, Cowboy de medianoche, de John Schlesinger,
-con sendas magistrales interpretaciones de Dustin Hoffman, y Bonnie
y Clyde, de Arthur Penn, y que de alguna manera permanecen en la memoria
colectiva como iconos de un momento socio-cultural de gran relieve.
En cualquier caso, se consolida un cuadro artístico
apoyado en actores como Jack Lemmon, Walter Matthau, Paul Newman, Robert
Redford, Clint Eastwood, y actrices como Faye Dunaway, Shirley MacLaine,
Barbra Streisand, entre otros, que sirven de transición entre la
estrellas maduras y los jóvenes que va a irrumpir en la década
siguiente.
Mucho más allá de las trayectorias personales
de directores consagrados y de los nuevos creadores, se dieron otras líneas
mucho más marginales que se englobaron bajo la denominación
"Cine independiente americano" (el New American Cinema, el cine
underground), corrientes de vanguardia que quisieron romper con las temáticas
tradicionales.