La Historia del cine en Japón se inició con los trabajos de
varios pioneros, como Koyo Komada, a finales del siglo XIX. En apenas cuatro
años la producción ya es muy alta, lo que lleva emparejado
la multiplicación de empresas y Estudios cinematográficos,
que en buena parte serán arrasados en el terremoto de 1923. La industria
no se desalienta ante esta catástrofe, e inmediatamente recompone
su infraestructura, continuando con una producción tan intensa que
llegó a superar los 700 filmes al año en el segundo lustro
de los años veinte.
Fueron años en los que dieron sus primeros pasos
directores como Teinosuke Kinugasa, Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu y Heinosuke
Gosho, entre otros, quienes dirigieron las primeras películas totalmente
sonoras a lo largo de los años treinta (hasta 1937 todavía
se produjeron películas mudas). La industria japonesa, sin embargo,
dependerá durante unos años del equipamiento y película
virgen llegados del exterior. Su producción se centró en las
películas de época, feudales, -los"jidaigeki"-,
que durante épocas convivieron con el cine que mira a las clases
más populares, la vida contemporánea, los "gendaigeki"-,
sobre una trama melodramática, y con el "shomingeki", una
estructura temática basada en temas de la vida familiar y del individuo,
la clase media baja, desarrollados a caballo de la comedia y el drama. Todos
los directores evolucionaron durante los treinta y cuarenta sobre estos
tres modelos temáticos, abriendo nuevas puertas a otros subgéneros
que facilitaron la riqueza de un cine en buena medida de autoconsumo, que
sólo conseguirá darse a conocer en Occidente a partir de los
años cincuenta.
Los principales festivales internacionales de cine
(Cannes, Venecia) abrieron las puertas al cine japonés concediendo
importantes premios a películas como Rashomon (1950), de Akira
Kurosawa Oscar a la mejor películas extranjera-, Cuentos
de la luna pálida de agosto (1953) y El intendente Sansho
(1954), de Kenji Mizoguchi, y La puerta del infierno (1953),
de Teinosuke Kinugasa también Oscar a la mejor película
extranjera-. Se descubrió en estas películas que su estructura
narrativa estaba muy evolucionada y que tenía muchos puntos de contacto
con todo lo desarrollado en Occidente. Son películas de época,
históricas, feudales que sorprenden en todo el mundo y obligan a
una revisión del cine anterior, circunstancia que se produce en diversas
Filmotecas y ciclos culturales. También descubren el buen hacer de
actores como Toshiro Mifune, Chishu Ryu, Kinuyo Tanaka, Machico Kyo, Kazuo
Hasegawa, Hideko Takamine, Masayuki Mori e Isuzu Yamada, Takashi Simura,
Tatsuya Nakadai, entre otros.
Quien logró asentarse en las salas occidentales
con regularidad fue Akira Kurosawa, que sorprendió a lo largo de
su carrera con títulos excepcionales como Vivir (1953), Los
siete samuráis (1954), El mercenario (1961), Dersu
Uzala (1975), Kagemusha (1980) y Ran (1985), en los que
profundiza, desde perspectivas diversas y momentos históricos diferentes,
en el hombre y su relación con los demás. Con buen pulso narrativo
irrumpe también en escena Kon Ichikawa con El arpa birmana (1956)
,
un soberbio trabajo sobre el horror de la guerra que fue premiado en el
Festival de Venecia.
Años después llegarán de forma
aislada películas que continúan llamando la atención
por la crudeza de ciertas historias y la reflexión continuada de
los directores sobre temas arraigados en la tradición japonesa, como
las de. Nagisha Oshima, que muestra el lado trágico del sexo en El
imperio de los sentidos (1976), y la obra de Shoei Imamura quien, con
La balada de Narayama (1983), se adentra en el mundo de los sentimientos,
en la realidad cotidiana de los habitantes de un pueblo que conviven en
el más arraigado primitivismo. El mundo del cómic, tan importante
en Japón, continuó con su proyección internacional
con Akira (1989), del maestro del manga Katsuhiro Otomo, quien participaría
también en Metrópolis (2002), del animador Shigeyuki
Hayashi (Rintaro).