El cine europeo pasa por una situación de necesario proteccionismo
por parte de los gobiernos de cada país, con el fin de poder establecer
unos márgenes que permitan desenvolverse en el propio mercado ante
la presencia del cine estadounidense. Es una década de transición
en la que directores muy jóvenes, en su mayoría surgidos del
campo de la crítica cinematográfica, desean hacer frente al
cine convencional y clásico. Para eso a lo largo de la década
reclaman libertad de acción y creación y ayudas para financiar
sus proyectos, y darán origen a unos movimientos con proyección
cultural y política que fueron conocidos como la "nouvelle vague"
(Francia), el "free cinema" (Reino Unido) y el "Nuevo cine
alemán", entre otros, y siempre en conexión directa con
lo que acontecía en diversos países americanos.
En Francia, junto con una producción en la que intervienen los directores
como Jean Renoir (La carroza de oro, 1952), René Clair (La
belleza del diablo, 1950) se encuentran excepciones como la de René
Clément, con su singular Juegos prohibidos (1952), Henry-George
Clouzot con la sorprendente El salario del miedo (1956), la originalidad
y trascendencia del trabajo de Jacques Tati, maestro del humor inteligente
y crítico como lo demostró en La vacaciones de Monsieur
Hulot (1951) y Mi tío (1958), y el singular trabajo de
Robert Bresson que busca una ruptura en las formas a través de Diario
de un cura rural (1950) y Un condenado a muerte se ha escapado (1956).
La "nouvelle vague" marcará los nuevos itinerarios para
el cine posterior.
El cine italiano se sostiene a partir de las películas que firman
directores como Luchino Visconti que tras Bellísima (1951)
y Senso (1954), abordará un cine espectáculo combinado
con la reflexión social e histórica (Rocco y sus hermanos,
1960; El gatopardo, 1963; La caída de los dioses, 1969;
Muerte en Venecia, 1971). A Roberto Rosellini le interesan los problemas
humanos que aborda con diverso interés en Europa 51 (1951)
y, especialmente, Te querré siempre (1953). Michelangelo Antonioni
profundiza en la incomunicación a través de su trilogía
La aventura (1959) ,
La noche (1960) y El eclipse (1962). Sorprende por la proyección
de su obra Federico Fellini, que también vive su momento más
intenso y representativo de su carrera con filmes tan completos como La
strada (1954), Las noches de Cabiria (1956), La dolce vita
(1958), Ocho y medio (1962) y Amarcord (1973), recibiendo
varios Oscar de la Academia. En los sesenta también Pier Paolo Pasolini
propone alternativas, para muchos radicales, como las de El evangelio
según San Mateo (1964) o Teorema (1968).
El cine británico mantiene vivas las líneas creativas de los
cuarenta, más arropadas por la ayuda del gobierno. La comedia de
los Estudios Ealing y las adaptaciones shakesperianas de Laurence Olivier
convivieron con producciones bélicas y numerosas adaptaciones teatrales
que habían sido éxito en el West End londinense. En estos
años las películas de David Lean evolucionaban entre la sencillez
de El déspota (1953) y la superproducción (El puente
sobre el río Kwai, 1957; Lawrence de Arabia, 1962). La
productora Hammer vivirá su mejor momento industrial y artístico
al abordar películas de ciencia-ficción como El experimento
del doctor Quatermass (1955), de Val Guest, y, especialmente, historia
de terror, en las que rescata los personajes clásicos que hiciera
famosos la Universal, sólo con la diferencia que estas producciones
ya eran en color. Así surgieron La maldición de Frankenstein
(1957) y Drácula (1958), dirigidas por Terence Fisher
e interpretadas por Peter Cushing y Christopher Lee, producciones que alcanzaron
un notable éxito internacional.
El cine nórdico continuó ofreciendo excelentes trabajos, como
el del maestro Carl Theodor Dreyer que dirigió La palabra
(1955), una obra completa en su fondo y forma. No obstante, a partir de
esta década el nombre que recordará la existencia del cine
en estos países será el de Ingmar Bergman, director sueco
que sorprende al mundo con una películas cargadas de emoción,
sentimiento, tragedia y humanidad. A partir de El séptimo sello
(1956) es descubierto en muchos países en los que comienzan a
revisar su obra anterior al tiempo que continúan su trayectoria con
otros filmes tan sorprendentes como Fresas salvajes (1956) y el
manantial de la doncella (1959).