5.12 Los compositores

Es oportuno mencionar que a lo largo del cine mudo la música fue un elemento idóneo para ocupar el silencio que dominaba muchas salas. Desde el pianista hasta las orquestas, todo un grupo de profesionales dedicaron muchas horas de sus vidas a "ambientar" las películas durante buena parte de este periodo del cine. En su trabajo ayudaron en gran medida los "repertorios" que se publicaron en los primeros años veinte, información musical que permitía sin muchos problemas adaptar, en general, las músicas a cada tipo y género de película.

No obstante, esto no quiere decir que la figura del compositor de cine tardara en aparecer. Baste decir que se recuerdan algunas partituras "originales", es decir, compuestas para una determinada película, en la segunda década del siglo XX, siendo especialmente significativas la que compuso Camille Saint-Säens para El asesinato del Duque de Guise (L’assassinat du Duc de Guise, 1908), de André Calmettes, y las que escribió Joseph Carl Breil para Cabiria (1914), de Giovanni Pastrone, y, sobre todo, para El nacimiento de una nación (The birth of a nation, 1915), de D. W. Griffith. A partir de 1920 son ya numerosas las películas que tienen su propia partitura musical, como la compuesta por Hans Erdmann para Nosferatu, el vampiro (Nosferatu: eine symphonie des grauens, 1922), de F. W. Murnau, o Arthur Honegger para Napoleón (1926), de Abel Gance.

Más allá de hablar del cine musical, de la música incidental, diegética —la que emana de la propia escena- o de las funciones que encierra en sí misma la música incluida en una película, el acercamiento a los compositores debe centrarse en los autores que han dedicado toda su vida a escribir música para el cine. En este sentido se puede comprender que cuando la industria discográfica descubre las bandas sonoras, influye de manera determinante en los gustos de una época, marcando diferencias entre lo que es una composición clásica para el cine de otra que recopila temas y pasajes musicales provenientes de grabaciones existentes, de lo que es propio para el cine a las modas que emergen de la sociedad en determinadas décadas.

De los compositores que han dominado buena parte del cine hay que referirse a una serie de nombres sin los cuales no se entendería la evolución producida en la música como mero acompañamiento y aquella que forma parte sustancial de la película. Su importancia dentro del Estudio fue consolidándose con los años, y de decidir cómo abordar una partitura se llega, en algunos casos, a determinar cómo plantear -en dirección y decorados- una película.

Desde los Estudios también se controla al máximo la producción musical. Así desde la Warner Bros. Max Steiner [King Kong (1933), Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, 1939), Casablanca (1942), etc.] y Erich Wolfgang Korngold [El capitán Blood (Captain Blood, 1935)] imponen una línea bien definida. Otro estilo es el que impone como director musical de la 20th Century-Fox Alfred Newman [Cumbres borrascosas (Wuthering heights, 1939), La canción de Bernadette (The song of Bernadette, 1943) y otras 20 películas de Henry King], que supo administrar bien el trabajo entre un amplio grupo de compositores. Miklós Rózsa dirigió el departamento musical de la Metro Goldwyn Mayer durante muchos años (Ben Hur, 1959) y participó en otras producciones como El ladrón de Bagdad (The thief of Bagdad, 1940) o Recuerda (Spellbound, 1945). Junto a estos prolíficos autores se encuentran otros como Franz Waxman [desde La novia de Frankenstein (The bride of Frankenstein, 1935) hasta El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950)], Dimitri Tiomkin [desde Horizontes perdidos (Lost horizon, 1937) hasta Solo ante el peligro (High noon, 1952)] o Victor Young El hombre tranquilo (The quiet man, 1952). Bernard Herrmann debutó en Hollywood con Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) y dejó otras profundas huellas de su buen hacer en películas como El fantasma y la señora Muir (The ghost and Mrs. Muir, 1946), Ultimátum a la Tierra (The day the earth stod still, 1951), sus ocho trabajos con Alfred Hitchcock, entre otras Vertigo.(1958) y Con la muerte en los talones (North by northwest, 1959)] y en Taxi driver (1975).

A partir de los años cincuenta conviven —y a lo largo de varias décadas- las líneas tradicionales con otras más renovadoras impulsadas por compositores como Alex North con Un tranvía llamado Deseo (A streetcar named Desire, 1951), Espartaco (Spartacus, 1960), Cleopatra (1963) y la excelente El dragón del lago de fuego (Dragonslayer, 1981); Elmer Berstein con El hombre del brazo de oro (The man with the golden arm, 1954), y las muy recordadas como Los siete magníficos (The magnificent seven, 1960) y La gran evasión (The great escape, 1963); Jerry Goldsmith con singularidades como El planeta de los simios (Planet of the apes, 1968), Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) o City hall (1996); y Henry Manzini con Sed de mal (Touch of evil, 1958) y las 28 colaboraciones con Blake Edwards, siendo la más recordada La pantera rosa (The pink panther, 1964).

Desde la década de los setenta la tradición deja paso a los nuevos ritmos y música que fluyen en la sociedad contemporánea (el pop, la llamada música ligera, y todos aquellos temas que llegan muy rápido al público, resultando lo que se llamó "música pegadiza"). Su repercusión es de tal envergadura que genera un cambio de mentalidad en el sector discográfico al comprobar que muchas bandas sonoras se convierten en auténticos records de ventas. No obstante Hollywood recuperó su modo musical clásico a partir de la irrupción de las composiciones de John Williams, especialmente con Steven Spielberg, autor que dominaría el cine posterior [Tiburón (Jaws, 1975); La guerra de las galaxias (Star wars, 1977) E.T. El extraterrestre (E.T., 1982), Minority Report (2002), etc.].

En Europa, y tendiendo siempre un puente con el cine estadounidense, se encuentran prestigiosos compositores en todos los países. En Francia se pueden mencionar a Maurice Jaubert, considerado como el padre de la música de cine francés [El muelle de las brumas (Quai des brumes, 1938), a Georges Deleure [Jules y Jim (Jules et Jim, 1960) y Maurice Jarre [Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962); Doctor Zhivago (1965)]. En Italia a Nino Rota y sus trabajos para las películas de Luchino Visconti y Federico Fellini —además de la colaboración Francis Ford Coppola en El padrino (The godfather, 1972) y Ennio Morricone, muy popular por sus composiciones para el western europeo de los años sesenta y de más prestigio con La misión (The mission, 1986) o Los intocables (The untouchables, 1987). En Gran Bretaña a Malcolm Arnold [El puente sobre el río Kwai (The bridge over the river Kwai, 1957) y John Barry, famoso por sus trabajos para las películas de James Bond, así como Memorias de Africa (Out of Africa, 1986) o Bailando con lobos (Dances with wolves, 1990). En España existe una larga tradición desde los maestros Manuel Parada, Juan Quintero, Jesús García Leoz, las colaboraciones de Luis de Pablos con Carlos Saura, hasta los trabajos de José Nieto o Alberto Iglesias.


<< anterior | siguiente>>