El movimiento surrealista resume una de las tendencias vanguardistas más
originales del siglo XX. Fue el intelectual francés André
Breton quien publicó el primer Manifiesto surrealista (1924),
a partir del cual se definieron algunos de sus compromisos más
destacables. Al evolucionar a partir de ciertas nociones del dadaísmo,
el surrealismo admitió entre sus principios fundacionales el automatismo
en la creación. A tal fin, el inconsciente se convertía
en animador de toda propuesta, independientemente de su corrección
moral o de su respeto a las normas impuestas por la tradición estética.
Obviamente, Breton manejó en todo momento la teoría psicoanalítica
de Sigmund Freud, particularmente en lo referido a la construcción
psíquica del deseo y la sexualidad. De ahí que, para desarrollar
este fundamento en el discurso creativo, los surrealistas debieran guiarse
por las pasiones libidinales, yuxtaponiendo toda una diversidad de elementos
en su imaginería. Como el lenguaje de lo inesperado es, justamente,
aquello que modula el humorismo, no es extraño que ese primer empuje
de los surrealistas contuviese todos los ingredientes del humor negro.
Si bien el movimiento atrajo a los jóvenes más vanguardistas
de Europa, lo cierto es que tardaron en trabarse todas sus expresiones.
De hecho, aunque de inmediato se dio una literatura surrealista y muy
pronto hubo pintores y escultores que alcanzaron esa misma dimensión
subversiva, tardó tiempo en manifestarse una cinematografía
surrealista. Quienes vinieron a colmar ese vacío fueron dos jóvenes
artistas, Luis Buñuel y Salvador Dalí.
Ambos eran buenos amigos, pues habían compartido sus inquietudes
artísticas en la madrileña Residencia de Estudiantes, núcleo
del regeneracionismo cultural en la España de los años veinte.
En un primer momento, Buñuel y Dalí hicieron pública
su cinefilia en una revista, La Gaceta Literaria (1927-1931), donde
asimismo colaboraron Guillermo de Torre, Benjamín Jarnés,
Rafael Alberti y otros jóvenes intelectuales. Aficionados a combinar
la tradición barrroca española y los nuevos modelos de la
vanguardia, los dos compañeros acabaron viajando a París
con el propósito de vivir su nueva peripecia artística.
Sus modelos eran escasos. Las primeras referencias a lo que podría
considerarse surrealismo cinematográfico estaban vinculadas al
experimentalismo formal. Filmes en esta línea fueron Rhythmus
21 (1921), de Hans Richter, Entreacto (1924), de René Clair y Francis
Picabia, y La coquille et le clergyman (1928), de Germaine Dulac.
Dando un paso más lejos, Buñuel y Dalí escribieron
el guión de Un perro andaluz (1929), película que se presenta
como paradigma de la corriente establecida por Bretón.
Ideando una atmósfera onírica y perversa, el filme rodado
por los dos amigos carecía de criterios prefijados en su estructura.
En un sentido amplio, Un perro andaluz combina el humor con la
provocación moral, y relaciona estrechamente la sexualidad humana
y la decadencia biológica que conduce a la muerte. Del método
psicoanalístico, Buñuel y Dalí tomaron la regla de
la asociación libre, que en este caso produce en el espectador
un desasosegante desconcierto.
Tras el renombre alcanzado por dicho filme, Buñuel imaginó
un nuevo proyecto junto a Dalí, esta vez titulado La edad de
oro (1930) .
Aunque el resultado ampliaba los márgenes del universo creado en
el título precedente, también supuso el distanciamiento
personal de ambos colaboradores. Curiosamente, fue ese mismo año
cuando los mecenas del revolucionario proyecto, los vizcondes de Noailles,
encargaron al fotógrafo surrealista Man Ray el rodaje de otra película
del mismo estilo, Le mystère du Chateau de Dès.
Después de su separación de Dalí, Buñuel continuó
dedicado a la cinematografía, dejando a sus admiradores un legado
de primer orden, donde cabe hallar producciones que prolongan el movimiento
surrealista, aunque de forma cada vez más realzada (entre otras
Él, 1952; Ensayo de un crimen, 1955; Viridiana,
1961).
En cuanto a Salvador Dalí, cabe mencionar su aporte a la teoría
surrealista: el llamado método paranoico-crítico,
un recurso anticonvencional e intuitivo que fluye en sus escritos literarios
y también se revela en su pintura. Aunque Dalí diseñó
nuevos proyectos cinematográficos, la fortuna no le acompañó
a la hora de ponerlos en práctica. Aparte de una colaboración
infructuosa con Walt Disney y una escena que diseñó para
el largometraje Recuerda (1945) ,
de Alfred Hitchcock, el famoso pintor no añadió nuevas creaciones
al surrealismo cinematográfico.
Semejante escasez del títulos en el movimiento ha sido subsanada
por algunos teóricos, que añaden a las obras de Buñuel
y Dalí un generoso repertorio, que va desde las comedias delirantes
de los Hermanos Marx hasta las modernas ficciones policiacas del norteamericano
David Lynch.