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9.10 Fín
Las historias que se establecen en las películas van creciendo hacia un punto culminante. Según avanza el trayecto del relato la causalidad que enlaza todas las escenas y secuencias se va encauzando hacia una única resolución. Lo cerrado de las estructuras fílmicas hace que los espectadores avezados intuyan la previsibilidad en el desarrollo y en el final de las historias cinematográficas.

Los cánones indican que un guión ha de tener un momento cumbre en el que culminen los trayectos causales de la película y donde se resuelvan los problemas planteados en su curso; tras el desarrollo dramático de ese momento, el film ha de concluir rápidamente. La situación es tan visible que durante décadas las películas finalizaron con un letrero categórico: The End, Fin. Cierto es que en el cine contemporáneo se parte de que no existe un punto final concreto, sino la interrupción de una historia en un momento dado y que nosotros como espectadores podemos prolongarla hasta el infinito. De ahí que como generalidad haya desaparecido el último cartel.

Sin embargo, esas dudas no pueden existir en el guionista. Él o ella se ven en la tesitura de elegir una opción definitiva, un verdadero the end, donde concluya el periplo de sus creaciones. De la dificultad que entraña este proceso es buena muestra que existen directores que llegan a variar e introducir cambios constantes en el guión hasta el inicio o durante el rodaje. De hecho, una buena práctica es considerar que el final de una historia es lo primero que ha de conocer el guionista. Todo girará alrededor de ese final. , pues desde ese punto se podrá trazar la evolución del personaje y podrán establecerse los obstáculos para llegar a esa conclusión. Es el método básico del suspense y de la causalidad fílmica: conocer la resolución para ir ocultando al espectador los detalles que desvelen demasiado pronto la intriga, permitiendo al mismo tiempo ir dándole claves y pistas que le permitan llegar a la solución del enigma al unísono que el protagonista. En otras palabras, si se desconoce el destino del protagonista es imposible trazarle el camino.

Desde el punto de vista del guión, el fin de una película es la combinación de tres momentos que pueden darse juntos o levemente separados: culminación del climax, desenlace y final propiamente dicho. Son muchos los que opinan que el final acaba siendo casi lo más importante de la película; y que aunque los personajes sean buenos, los diálogos excelentes y la trama entretenida, si el final es descendente (recordemos la idea de clímax in crescendo) o simplemente vulgar y decepcionante, toda la película habrá perdido su peso.

No es fácil establecer un final aunque a priori parezca basarse en una simple lógica, la consecución del objetivo. Retomando nuestro repetido ejemplo podíamos optar por un final que hace que ambos policías resuelvan el engaño realizado por terceros; por otro en el que Tom Doyle resuelva el enigma añadiéndole una porción de venganza por la muerte de su colega; y hasta un tercero en que la traición de su compañero resulte ser la solución al caso. Cualquiera de estas tres opciones variará completamente el relato y sin embargo el concepto general es el mismo: la consecución del objetivo.

Siempre será mejor un final cerrado que uno ambiguo. Siempre será mejor un final feliz que uno triste. Pero nada es una verdad absoluta y existen grandes películas en la Historia del cine que contradicen estas posturas base del cine industrial y comercial. El valor social que muchas generaciones han dado al hecho de ir a ver una película nos dice que una película es un producto de consumo cuya principal función es la de entretener y, dado que su visionado representa por parte del espectador un esfuerzo económico (pago de entrada, alquiler o compra de sistema casero de visionado), temporal y físico (desplazamiento al cine o videoclub, un tiempo de inactividad), hay que satisfacerle en la medida de lo posible.

El guionista William Goldman, galardonado con el Oscar, sostiene que es mejor una mala historia con un buen final que lo contrario. Lo que la gente mejor recuerda son los finales y si no haz la prueba y pregunta cómo termina Los otros (2001) de Alejandro Amenabar o Airbag (1997) de Juanma Bajo Ulloa.