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6.5 La censura

Siempre se entiende como censura el acto de prohibir algo, desde la corrección o la reprobación. La censura cinematográfica siempre tuvo que ver con la acción gubernamental de cara a preservar la conducta moral del ciudadano o a garantizar la preponderancia de su discurso ideológico como único e incontestable. Pero también se definió, en sus orígenes, por la acción directa de grupos de presión social como los colectivos de amas de casa, grupos religiosos y personas que, a título individual, pretendían desde atajar los males que arrastra Hollywood desde sus primeros años hasta impedir la exhibición de títulos que corrompen a la sociedad de cada época. Sin embargo, lo que muchos ciudadanos desconocen es que también hay otro tipo de censura que es la que aplican cada uno de los sectores que intervienen en el negocio del cine: productores, distribuidores y exhibidores. Y, por último, la autocensura, que es la que ejerce el propio autor sobre la obra que elabora.

Cuando se estrena una película el espectador desconoce las fases por las que ha tenido que pasar para conseguir un hueco en la programación de dicha sala. Esas penurias afectan más a una películas que a otras y también son más palpables en unos países que en otros. Se censura tanto lo que se dice como lo que se ve. El visionado previo de películas que se realiza en muchos países por parte de una comisión da lugar a toda una serie de interpretaciones subjetivas que para nada se corresponden con el criterio mayoritario del espectador.

En la mayoría de los países existen mecanismos de control que ejemplifican modelos de represión. En muchos países europeos el Estado presiona a través de comisiones y juntas en las que todos los estamentos políticos y sociales están representados y que actúan sobre presupuestos —subvenciones, créditos, etc.-, guiones e imágenes —planos, escenas, etc-, además de los premios a posteriori que se puedan conseguir. La industria por su parte es impulsora de diversas iniciativas que destacan su capacidad interventora. Tanta fuerza muestran los productores hacia los directores, que los enfrentamientos son numerosos y las consecuencias se proyectan sobre la distribución y exhibición de su trabajo. Hasta finales del siglo XX el director se ve obligado a ofrecer un montaje que no es el que esperaba hacer, lo que provoca que años después se comercialicen las películas que ellos siempre desearon: el montaje del director.

Uno de los capítulos notables sobre la censura hollywoodiense tiene que ver con los contenidos. Sobre éstos ejerce una gran influencia la Iglesia católica, con un primer paso importante en el código elaborado en 1930 por el sacerdote estadounidense Daniel Lord, que la industria asume pronto como propio a través del denominado Código Hays, por ser Will Hays el presidente de la asociación de productores y distribuidores norteamericanos. El texto de Lord hace hincapié en que hay que prohibir todo lo que tenga que ver con el sexo y la violencia, en aras de que se fortalezcan con ello los vínculos familiares y el respeto e integridad de las instituciones. Estas imposiciones son adoptadas en todo el mundo de diversa manera, atendiendo a una tabla calificadora que los espectadores también deben seguir con rigor al tiempo que el control queda en manos de los empresarios de salas. A finales de los años cincuenta la industria cinematográfica comienza a abordar temas sin ningún tipo de cortapisas atendiendo a la libertad de expresión y dejando que, si el caso lo exige, los problemas sean abordados por la justicia ordinaria.