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6.4 El cine como arte

Los pioneros de la industria y la creación cinematográfica jamás pensaron a finales del siglo XIX que lo que ellos hacían podía llegar a ser considerado un arte. La verdad es que la envergadura de lo que se hacía en el mundo del cine muy pronto comenzó a ofrecer obras que, sin ningún tipo de dudas, iban más allá de lo que generalmente se podía considerar como producto de consumo.

Es el teórico italiano, Riccioto Canudo, una persona que se mueve en el mundo del periodismo y la literatura, el que reconoce en unos de sus textos de 1911 que el cine debe ser considerado como "Séptimo arte". Este rasgo amplía notablemente la perspectiva de acercamiento a las películas que se producen en todo el mundo. Ya no se trata sólo de productos para un consumo masivo, sino que el espectador debe asumir que además de pasar un rato agradable y de mero entretenimiento en la sala de cine, también se va a encontrar con otras obras que merecen una contemplación más apasionada que, por su interés y calidad artística, va a derivar, inevitablemente, en una reflexión sobre lo contemplado.

No se puede decir que la consideración de "Séptimo arte" suponga un aval para todo lo que se exhibe en las pantallas del mundo. Las cualidades artísticas de una obra van emergiendo en cuanto los directores apuestan por trabajos más cuidados desde el punto de vista de la iluminación, la interpretación, el montaje, la dirección o la puesta en escena en general. En su revalorización intervienen todos los apasionados que se reúnen en torno a asociaciones que buscan desde su fundación disfrutar del valor artístico de la película.

Desde que Louis Delluc -escritor, periodista, crítico y director francés- impulsa los primeros encuentros cinematográficos en espacios que denomina "cine-clubs", se abre una nueva vía de contemplación para lo que está haciendo la industria y que tiene que ver con aquellos que piensan en el cine como vehículo cultural. Las primeras revistas de análisis, las reflexiones en torno al mundo del cine van un poco más allá de los textos históricos y atienden especialmente a los contenidos visuales, el lenguaje y las aportaciones artísticas implícitas en la narración que se contempla.

El valor que tienen las películas alcanza una mayor dimensión cuando a partir de 1920 en Europa se viven las vanguardias con mayor apasionamiento y se producen algunas de los títulos más emblemáticos del cine expresionista, por mencionar sólo dos caminos. Todos los escritores que continuaron la línea de Delluc, entre otros, van consolidando un terreno que se ramificará con los años en posturas tan diversas que permitirán abordar el cine, sus películas, desde planteamientos que darán visiones enriquecedoras y sorprendentes.

Son numerosas las películas que entran en la denominación de "obra artística". A lo largo de la Historia han sido numerosas las listas con las consideradas "mejores películas". Cabe decir que entre otros mucho títulos se encuentran obras como El acorazado Potemkin (Bronenosez Potemkin, 1925), de Sergei M. Eisenstein, Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), de Orson Welles, Centauros del desierto (The searchers, 1956), de John Ford, 2001: una odisea del espacio (2001: a space odyssey, 1968) , de Stanley Kubrick, El padrino (The godfather, 1974), de Francis Ford Coppola, y Fanny y Alexander (1982), de Ingmar Bergman. Es evidente que, salvo casos excepcionales, las películas más artísticas se encuentran en épocas en las que el espectador acudió a la sala buscando la emoción e intensidad que proporciona el relato bien elaborado, algo que ofrecía la industria con más continuidad frente a lo que proporcionó a partir de mediados de los años setenta.

El arte cinematográfico es palpable en la obra de numerosos directores que con los años alimentaron el interés de muchos espectadores que, a su vez, mostraron su fidelidad por el trabajo bien hecho. No obstante, cabe también decir que el espectador ha mostrado con los años su inclinación mayoritaria por las historias desapasionadas, por el puro entretenimiento. Quizá la recepción cinematográfica se ha visto marcada en el tiempo por los argumentos culturales que consolidaron las diversas generaciones, siendo éstas definitorias a la hora de marcar pautas de comportamiento en la industria del cine mundial.

 




El acorazado Potenkim (1925),
de Sergei M. Eisentein.



Centauros del desierto (1956),
de John Ford.



El padrino (1974), de Francis
Ford Coppola.



Fuente fotografías:
© Historia Universal del Cine. Madrid. Fascículos Planeta. 1982. Varios tomos.