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4.7 Terror
Como su nombre indica, el género de terror o de horror engloba todas aquellas producciones cinematográficas cuya finalidad es formular dramas efectistas, truculentos o misteriosos, capaces de inducir sensaciones de inquietud, temor y sobresalto en el espectador. De acuerdo con las normas fijadas en literatura por la novela gótica, este tipo de argumentos suelen recurrir a ingredientes siniestros y morbosos, siguiendo una galería de arquetipos que viene a simbolizar, en diverso grado, el abanico de sensaciones que se abre entre la muerte y el dolor. Por lo común, en este tipo de creaciones no suele faltar el romance, añadiendo la simbología amorosa a ese repertorio ya resumido.

En lo que concierne a su evolución estética y conceptual, el terror cinematográfico se afianza gracias al expresionismo alemán, una corriente de la cual tomó su aspecto tenebroso y estilizado. A juicio de sus principales estudiosos, el cine de terror alcanzó su madurez a lo largo de los años treinta, a partir de los planteamientos de una compañía productora, la Universal, que se especializó en esta temática. A partir de esos criterios, años después otras compañías como Hammer y New World Pictures tomaron un testigo que ha llegado hasta nuestros días con visibles modificaciones. Despojado paulatinamente de su romanticismo, el cine de terror ha evolucionado hacia la exageración sangrienta, conformando tendencias como el gore o splatter, cuya finalidad esencial es mostrar la violencia terrorífica mediante explícitos y muy verosímiles efectos de maquillaje. En esta línea, han ido definiéndose unos estereotipos peculiares, los asesinos en serie o psychokillers, que protagonizan, secuela tras secuela, sagas en las que se relatan sus cruentas y a veces paródicas andanzas. Sin duda, los dos personajes más conocidos de esta vertiente son Jason, de la saga Viernes 13 (Friday the 13th), y Freddy Krueger, figura central del ciclo Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street).

A la hora de mencionar títulos representativos del cine de terror, queda de manifiesto esa evolución antes señalada. El expresionismo alemán dio lugar a filmes clásicos, de inspiración literaria, al estilo de El estudiante de Praga (1913), de Stellan Rye, El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, 1919), de Robert Wiene, El Golem (Der Golem, 1920), de Paul Wegener y Karl Boese, y Nosferatu, el vampiro (Nosferatu, Eine Sumphonie des Grauens, 1922), de F. W. Murnau. El cine mudo estadounidense también procuró adaptar las novelas fundamentales del género en títulos como El hombre y la bestia (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1920), de John Stuart Robertson, El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1923), de Wallace Worsley, El fantasma de la ópera (The Phantom of the Opera, 1925) , de Rupert Julian, y El hombre que ríe (Laughing Man, 1928), de Paul Leni.

Ya en los años treinta, la productora Universal, dirigida por Carl Laemmle, contrató a intérpretes como Bela Lugosi y Boris Karloff, y a cineastas como Tod Browning y James Whale, para que desarrollasen proyectos de clara inspiración terrorífica. A ese periodo corresponden largometrajes como Drácula (1930), de Browning, El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931) y La novia de Frankenstein (1935), ambas de Whale, El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1931) , de Rouben Mamoulian, La máscara de Fu-Manchú (The Mask of Fu-Manchu, 1932), de Charles Brabin, La momia (The Mummy, 1932), de Karl Freund, El lobo humano (The Werewolf of London, 1935), de Stuart Walker, y Freaks, La parada de los monstruos (Freaks, 1932), también de Tod Browning.

Volviendo a los orígenes novelescos del terror, Roger Corman adaptó diversas narraciones de Edgar Allan Poe, completando el ciclo compuesto por las películas La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960), El péndulo de la muerte (The Pit and the Pendulum, 1961), El cuervo (The Raven, 1963) y La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, 1963). En el Reino Unido, otro cineasta, Terence Fisher, tomó un camino semejante a la hora de reactualizar las figuras clásicas del horror. Bajo el patrocinio de la compañía Hammer Films, Fisher rodó Drácula (1958), Las novias de Drácula (The Brides of Drácula, 1960) y Drácula, príncipe de las tinieblas (Drácula Prince of Darkness, 1965).

En Italia también hubo muestras de terror clásico en la línea de La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960), de Mario Bava. Pero fue Dario Argento quien dio forma a una tendencia, el llamado giallo, repleto de secuencias violentas e impactantes. A este cineasta debemos películas como El pájaro de las plumas de cristal (L’uccello dalle plume di cristallo, 1968), El gato de nueve colas (Il gatto a nove code, 1970) y Suspiria (1977). Sin duda ese sadismo propio de los psicópatas también atrajo al público estadounidense, que lo descubrió en Psicosis (Psycho, 1961), de Alfred Hitchcok. Poco después, una nueva generación de cineastas se encargaba de eliminar las sutilezas, dando rienda al horror más descarnado en obras como La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1968) , de George A. Romero, y La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), de Tobe Hooper.

La fascinación por los asuntos diabólicos identificó producciones como La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968) , de Roman Polanski, El exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin; y La profecía (The Omen, 1976), de Richard Donner. Un novelista, Stephen King, añadía al repertorio los miedos propios de la adolescencia, identificables en una adaptación de su obra más popular, Carrie (1976), de Brian de Palma. Precisamente fue ese público adolescente quien mejor acogió películas como Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977), de Wes Craven; La noche de Halloween (Halloween, 1978), de John Carpenter; Viernes 13 (Friday the 13th, 1981), de Sean S. Cunnigham, y Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984), de Wes Craven.

Como giro más reciente en esta tendencia, cabe mencionar, por un lado, la definitiva idealización del psicópata en El silencio de los corderos (The silence of the Lambs, 1990), de Jonathan Demme, y también un curioso retorno a las fuentes literarias, patente en Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Drácula, 1992), de Francis Ford Coppola, Entrevista con el vampiro (Interview with Vampire, 1994), de Neil Jordan, y Frankenstein de Mary Shelley (Mary Shelley’s Frankenstein, 1994), de Kenneth Branagh.

 



Drácula (1930),
de Tod Browning.
Fuente:
Historia Universal del Cine. Madrid. Fascículos Planeta. 1982. Varios tomos.


El silencio de los corderos
(1990), de Jonathan Demme.
Fuente:
distribuidora Lauren films.