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2.1 Consideraciones generales
Pese a que el cine es un arte joven, que apenas rebasa un siglo de edad, los estudiosos de su historia han hilvanado toda una sucesión de escuelas y movimientos. Tal abundancia de corrientes se hace extensiva a la crítica cinematográfica, con mucha frecuencia implicada en la inscripción de nuevas tendencias, a veces circunstanciales y sujetas a una moda pasajera, y en otros casos, influyentes y perdurables en el tiempo.

A grandes rasgos, la historia del cine transcurre paralela a la sucesión de vanguardias que han renovado los márgenes de la tradición artística. Dicho de otro modo, existen un surrealismo y un expresionismo cinematográficos porque antes hubo pintores, escultores e incluso músicos que pusieron su disciplina al servicio de esa renovación formal. No obstante, conviene advertir que el rupturismo es aquí menos radical de lo que pudiera suponerse. Todo lenguaje –incluidos los lenguajes que emplean las diversas artes– evoluciona de acuerdo con una tradición heredada. De ahí que los vanguardistas necesiten asumir ese legado para luego contradecirlo en uno u otro sentido.

La vanguardias acaban siempre institucionalizándose y propugnando un criterio ideológico y estético que será compartido por sus integrantes. En esa tensión entre lo tradicional y lo novedoso, el vanguardista impulsa cambios que acaban cristalizando en un manifiesto, en un común denominador o, más simplemente, en una coincidencia reiterada por otros colegas. Luego, esa institucionalización de las novedades representadas por el movimiento suele ser aceptada por el mundo académico, que define los criterios de agrupación, reúne a los artistas en un mismo progreso y despliega los principales episodios de la corriente.

Aquello que caracteriza a un movimiento cinematográfico de estas características es lo que mueve a la imitación. Al igual que sucede con todo modelo clásico, se sugiere un paradigma que otros han de seguir e incluso discutir. Por otro lado, en un mundo como el del análisis fílmico, sometido antes a la hipótesis que a la evidencia, parece inevitable que el reduccionismo acabe imponiéndose en el proceso sistematizador.

Por regla general, los nuevos movimientos se inician con una ruptura, evolucionan a partir de esa expresión fundacional y, con el tiempo, perecen al caer sus artistas en el manierismo. Obviamente, ninguna vanguardia desaparece del todo, y sus enseñanzas y provocaciones acaban siendo incorporadas, de forma natural, al lenguaje cinematográfico. Tal es el caso del cinéma vérité, coincidente con los postulados del neorrealismo, luego rescatado por los cineastas del vanguardismo estadounidense y, en fecha más reciente, reivindicado por los directores del movimiento Dogma 95.

A la hora de fijar la preceptiva de cada tendencia, proyectando una teoría asimilable, los historiadores del cine y los críticos cumplen una misión esencial. En buena medida, debemos a Lotte Eisner el trazado de una arquitectura teórica del expresionismo alemán. Algo semejante cabe señalar sobre Guido Aristarco y Cesare Zavattini, principales impulsores del neorrealismo italiano en las publicaciones especializadas. En algún caso, son esos mismos intelectuales quienes dan un nombre a la nueva escuela. Así, el free cinema fue llamado de ese modo por Alan Cooke en la revista "Sequence", y la nouvelle vague debe su denominación a un artículo de "L’Express" firmado por François Giraud.

Para finalizar, conviene establecer una diferencia entre los movimientos derivados de una vanguardia estética y aquellos que proceden de una renovación generacional en la industria. A esta segunda categoría corresponden la nouvelle vague en Francia, el free cinema inglés, el cinema nôvo brasileño, el junger deutsche film de Alemania y el nuevo cine español. Pese a que todos ellos defendieron el naturalismo y la sobriedad narrativa, en su impulso gravita esa rebeldía juvenil que caracterizó a las décadas de los años cincuenta y sesenta.