En En Roma, siguiendo los modelos de la
Atenas clásica, la oratoria adquiere una enorme
importancia, aunque también debió haber una oratoria
itálica que nos es muy difícil de reconstruir.
A partir del s. II a. C.
Roma acoge un gran número de rétores griegos, a la vez
que los romanos de pro viajan a Grecia a aprender las
técnicas de la oratoria. En esta época los discursos más
brillantes se pronuncian en el senado, verdadero centro
de decisión de la vida pública de Roma, donde las dotes
de persuasión en el ejercicio de la oratoria son
determinantes para el éxito político de todo romano. La
oratoria se sitúa en la cima de los estudios. Es en el
fondo el germen de las futuras universidades
medievales.
La dicción esmerada y culta
da origen a muchos de los tropos literarios, que aún hoy
en día se llaman también figuras retóricas. Estas
figuras hacen de la oratoria uno de los géneros más
difíciles y elaborados.
La oratoria suele
clasificar los discursos en tres tipos, siguiendo lo
establecido por Aristóteles en su Retórica: los
políticos, los forenses (para ser expuestos en el foro
con valor a menudo judicial) y los epidícticos (para
exponer cualquier asunto o elogiar a un personaje). Por
sus estilos los discursos eran clasificados de
aticistas, más parcos o asianistas, más recargados,
según cuál fuera su modelo griego, Demóstenes o
Lisias.
El representante más
ilustre fue sin duda Cicerón (106 – 43 a. C.) nacido en
Arpino, con una gran cantidad de discursos de los tipos
expuestos arriba. Entre estos destacan las
Catilinarias, conjunto de tres discursos
pronunciados en el Senado en el año de su Consulado (63
a. C.). Cicerón es
probablemente el personaje de la Antigüedad cuya vida
conocemos con más detalle, debido a sus propios
escritos, entre los que hay unas mil cartas, y los de
los otros autores coetáneos y posteriores. Para su
conocimiento contamos también con sus 58 discursos
conservados. Los discursos los podemos dividir en
públicos y privados. En estos últimos casi siempre actuó
como abogado.
De los discursos de contenido político, además de
las citadas Catilinarias
destacan su De
lege agraria oponiéndose a
esta ley Verrinas,
discursos contra Verres, gobernador corrupto de Sicilia,
o las Filípicas
contra Marco Antonio.
Entre los pronunciados como
abogado destacan las defensas de Roscio Pro Roscio, del
poeta Arquias, Pro Archia
poeta, de Murena Pro Murena,
etcétera.
La
retórica
Pero Cicerón, además del
conjunto de discursos, aportó a la retórica varios
tratados que han sido los cánones de la oratoria durante
mucho tiempo. Entre estas obras
destacamos estas Orador, De
oratore, Brutus, Topica y la de dudosa atribución Rhetorica ad
Herennium. En estas obras Cicerón fija las bases del
trabajo del orador. Éste se debe basar en estos cinco
aspectos o fundamentos:
·
inventio o hallazgo de los
argumentos para el discurso.
· dispositio o colocación de los
elementos que conforman el
discurso.
·
elocutio o estilo
adecuado
·
memoria o capacidad de
recordar
·
actio o gestos, acciones y
pronunciación del discurso.
Por otro lado se determinan cuáles han de ser las
partes de un discurso bien estructurado. Éste se debe
componer de:
· Exordio: es una muestra de
los argumentos que se van a usar en el
discurso.
· Narración: es la exposición
de los hechos objeto del discurso.
· División: es la enumeración de
los argumentos que se van a intentar
probar.
· Confirmación: consiste en
la prueba de los argumentos
anteriores.
· Recapitulación: se trata de
resumir lo anterior.
· Perorata: es el alegato
final de las tesis del orador.
Tras la muerte de Cicerón
ningún orador alcanzaría su valor. Pero destacamos a un
hispano romano, Séneca el viejo (55 a. C. – 40 d. C.),
padre del filósofo. Escribió unos discursos como
ejercicio para enseñar la técnica de la oratoria
llamados Controversiae o
Controversias
y Suasoriae o Discursos de
disuasión. Los oradores continuaron existiendo hasta
el final de la latinidad.
Desde el año 81 a. C. con
la Rhetorica ad
Herennium de autor desconocido se elaboran en latín
diversos manuales que sientan las bases de este género
literario que tuvo una importancia capital en la
literatura y en el propio desarrollo de Roma. Cicerón
escribió
varias obras (De oratote
“Sobre el orador”, Orador “El
orador”) que suponen manuales de uso de la oratoria,
basados en la retórica griega.
Con la llegada del Imperio
la importancia del Senado disminuyó y con esta la de la
oratoria política, que había supuesto la cumbre del
género con Cicerón en Roma y Demóstenes en Atenas (s. IV
a. C.), pero la oratoria permaneció en la cúspide de la
formación de todo ciudadano. En las ciudades importantes
había escuelas de retórica. En la de Roma en la época de
los Flavios enseña retórica el calagurritano
Quintiliano, quien compone una obra crucial: Institutio
oratoria o Instrucción del
orador, que supone la culminación de los tratados
sobre retórica escritos en latín, además de uno de los
primeros libros con clara vocación
pedagógica.
El último gran tratadista
es Tácito, el historiador de finales del s. I d. C.,
quien compone el Diálogo de los
oradores. En esta obra de características singulares
conversan varios grupos de
oradores.